Escuchar antes de responder: la llave para mantener la comunicación con nuestros hijos
- Tatjana Menge
- 29 oct
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct
Por Pilar Salguero, Psicopedagoga
En la vida familiar hay frases que escuchamos y nos dejan sin aliento. “Ya no quiero jugar fútbol nunca más.” “No quiero ir a clases.” “No tengo hambre. Me quedo en mi cuarto.” Y como padres, nuestra primera reacción suele ser inmediata: “¿Cómo que no? … y empieza un sermón con argumentos para convencer …
Esa reacción es humana. Queremos lo mejor para nuestros hijos, y desde nuestro amor y preocupación intentamos corregir o solucionar. Pero a veces, esa respuesta tan rápida puede tener un efecto que no notamos al principio: corta la comunicación.
Cuando el niño escucha una negativa inmediata, su cerebro percibe una puerta cerrada. En ese instante, deja de hablar. Lo que era una oportunidad para conocer su mundo interior, sus miedos, frustraciones o nuevas necesidades, se transforma en silencio.
La pausa que cambia todo
Escuchar no significa estar de acuerdo. Escuchar significa tomar dos segundos antes de responder. Respirar muy profundo y en vez de responder en automático una negativa que cierre la comunicación, darle espacio a nuestro hijo para que explique lo que está sintiendo.
Imaginemos la misma escena:“No tengo hambre. No quiero cenar con ustedes, me quedo en mi cuarto.” Pero ahora no reaccionas sino: RESPIRAS. Luego respondes: “¿No? … Por que? / ¿Pasa algo?/ ¿Te sentiste incómodo últimamente? / ¿O solo quieres un poco de espacio hoy?” Esa pregunta cambia el rumbo de la conversación. Le estás transmitiendo: “Tu opinión importa. Te estoy escuchando. Respeto tus sentimientos. Quiero entenderte”
Y ahí, en ese espacio, puede aparecer la verdad: tal vez algo pasa en el colegio, tal vez se siente de mal humor, tal vez necesita desconectarse un rato, o quizá se refugia con sus problemas en las redes sociales sin que nos demos cuenta?
Escuchar abre puertas invisibles
Desde la neuroeducación sabemos que el vínculo emocional es el canal principal del aprendizaje. Cuando un niño siente que puede hablar sin miedo a ser juzgado, su cerebro activa zonas de confianza y seguridad. Esa confianza es la base para resolver conflictos, pedir ayuda y construir autoestima.
Escuchar es mucho más poderoso que corregir. Porque escuchar permite que tu hijo reflexione. Escuchar acompaña.

Practica la escucha en tres pasos
1. Pausa antes de reaccionar. Respira. Cuenta mentalmente hasta tres antes de responder.
2. Valida lo que tu hijo siente. Puedes decir: “Entiendo que a veces solo quieres estar solo.” o “Parece que hoy necesitas un descanso.”
3. Haz preguntas, no juicios. “¿Qué crees que podríamos hacer para que las cenas sean más agradables?” o “¿Qué te gustaría compartir con nosotros cuando te sientas listo?
No se trata de dejar que los hijos decidan todo, sino de enseñarles que su voz tiene valor. Que antes de llegar a una solución, hay un espacio para comprender.
Escuchar también enseña
Cuando los hijos se sienten escuchados, aprenden a escuchar. Cuando los miramos a los ojos, aprenden empatía. Cuando los dejamos hablar, aprenden a confiar. A veces no necesitamos dar grandes discursos. Solo estar presentes. Solo decir: “Estoy aquí, quiero entenderte.” Y es en ese silencio atento, donde los lazos familiares se fortalecen más que en mil consejos.


Comentarios